LA INSOLENTE
No viene al caso hablar de Atenea, Diosa de la
sabiduría y la civilización, nacida de la cabeza del Crónida abierta por el
labrys de Hefesto. En cambio, vale la pena referir los veintidós episodios que
representó el tapiz de Aracne, tejido en duelo cuando ésta competía contra la
vengadora de ojos brillantes. ¿Es necesario mencionar los nombres de Leda,
Europa, Dánae? Es de pensar que se halla impregnado de semen divino.
ATENEA: ¡Temes
ahora que mi verdadera forma te ha sido revelada por tu propia
obstinación!
ARACNE: Tu
estirpe acostumbra ocultarse bajo engañosas apariencias, lucías como torpe
anciana
predicando un respeto que fuiste incapaz de exigir directamente.
ATENEA: Sólo
por piedad adopté un cuerpo mortal, quise darte la oportunidad de redimir
tus imprudencias, pero acérrima te
empecinas en sostener tu injuria.
ARACNE: No
necesito tu piedad y no temo a tu rostro ni al fuego de tus pupilas, te
equivocas al pensar que basta ser
inmortal para verme arrepentida.
ATENEA: Eres
contumaz y lo pagarás.
ARACNE: ¿No
negó también tu padre su naturaleza cuando como bestia cebada por la
lujuria se acercó a mortales para
poseerlas?
ATENEA: Te
atreves a juzgar al padre de los dioses y los hombres.
ARACNE: ¿Acaso
miento, expreso cosas que no sean ciertas?
ATENEA: Lamentarás
toda tu vida el día que ultrajaste a los dioses.
ARACNE: Si
es un agravio manifestar los vicios en los que sucumben quienes pueblan el
Olimpo, si es ignominia representar lo que por
voluntad propia han hecho los dioses, estoy dispuesta a asumirlo.
ATENEA: Tus
palabras son mordaces.
ARACNE: No
más que mi tejido.
ATENEA: Declaras
con osadía que puedes efectuar mi propio arte mejor que yo.
ARACNE: ¿Será
necesario repetir lo que de manera diáfana ha sido manifestado?
ATENEA: Mortal
insensata ¿Crees que tu vida es algo más que simple repetición, crees
que tus recuerdos trascienden más allá de burdas
reminiscencias de tu pasado finito?
ARACNE: Parece
que temes a la repetición, al recuerdo.
ATENEA: Las
diosas no sentimos temor.
ARACNE: Temes
trasegar sin detenerte infeliz inmortal. Repetir tus pasos, recogerlos. Sin
tener otro destino que volver
a surcar los mismos senderos, el agua no avanza si
el río es infinito.
ATENEA: Las
diosas no tenemos destino, somos el destino.
ARACNE: Tu
miedo es tu propia inmortalidad. Te ofenderé tejiendo tus recuerdos porque
te perseguirán eternamente, no puedes
huir de ellos.
ATENEA: Tú
no puedes huir de la muerte.
ARACNE: Muriendo encontraré el silencio que a ti
siempre será esquivo.
ATENEA: ¡Calla!
Soy la sabiduría, la civilización, la guerra. Tú condición efímera te hace
fútil.
ARACNE: ¿La
sabiduría, la civilización, la guerra? Meras repeticiones . Eso es lo que te duele, que yo sí podré callar algún día.
ATENEA: Las
diosas no sentimos dolor. Serás reducida a bestia, a mísero insecto, y tu
castigo por desafiarme será
yacer hasta tu lecho en forma de animal.
ARACNE: Te
agobian los animales recostados en el lecho ¿eh?
ATENEA:
Vil mortal, toda llena de sangre y excremento. ¡Empecemos a tejer araña!
ARACNE: Por
lo menos no tendré que hacerlo siempre.
LA TRETA
Todos saben que los hombres dejaron de perecer en la
tierra cuando Sísifo, audaz, encadenó a Tánatos. Una vez liberada la muerte del
cepo que la oprimía, Mérope se abstuvo de enterrar y honrar con ritos fúnebres
el cadáver de su esposo por orden de él mismo, para que Hades le permitiese a
éste volver del inframundo con el fin de reprender a la mujer por tal
negligencia. Sísifo deseaba nunca morir, ser eterno, y su castigo fue acorde a
su voluntad, aún carga la piedra que rueda por la colina empinada.
MÉROPE:
Nada existe que sea ignorado por
ellos, quien es eterno todo lo sabe. Es el tiempo lo que cubre las cosas con
oscuro velo, aquel cuyo destino es morir está condenado a ser ciego.
SÍSIFO: ¿Qué es lo que brota entonces del manantial que Asopo
hizo nacer de la roca? ¿Es una ilusión la fuente que sacia tu sed mujer? Somos
nosotros quienes los hemos nombrado, somos la fuente, la semilla de la cual
germinan, son agua, piedra, viento que escupe nuestra garganta, han sido burlados.
MÉROPE: Aguardan en silencio, se complacen de la sangre, de la
infamia, conceden un anhelo que disfraza zozobra. El destino es
ineludible.
SÍSIFO: Tus ojos vieron a la muerte arrodillada en el cepo,
incapaz de ponerse de pie.
MÉROPE: Desatada después por Ares, quien te forzó a morir.
SÍSIFO: Te avergüenza no engendrar descendencia de los dioses
olímpicos como el resto de tus hermanas. ¿No ves que he regresado del Hades?
MÉROPE: Quieran olvidar tus afrentas y absolver tus penas,
debes aprender a bajar los ojos con humildad.
SÍSIFO: ¿Por qué seré yo quien implore caridad como un mendigo
hambriento, si actúo según sus enseñanzas? Son ellos quienes nos han enseñado
el arte del engaño y la mentira.
MÉROPE: Cada paso que das, cada herida en tu cuerpo, cada
palabra que pronuncias ha sido ya fijada. Está escrita. Existen en la memoria
recuerdos que nos muestran el porvenir, se nos revelan en sueños. Cada
encrucijada es una enseñanza, cada disyuntiva un mensaje. Es espejismo nuestra
voluntad. Sonríes…
SÍSIFO: Somos dueños de nuestras acciones, las conducimos
según nuestras pasiones y deseos. Nada hay escrito. Los dioses no eran más que
bestias mudas antes de que les diéramos voz.
MÉROPE: Cargarás tus palabras en la eternidad.
SÍSIFO: Así será, porque soy yo quien las pronuncia y también
quien las talla en piedra.
MÉROPE: ¿Acaso crees pronunciar alguna que no te haya sido
asignada desde el mismo principio de los tiempos? Quien osa huir de su destino
sólo se acerca irremediablemente a él.
SÍSIFO: Y si así fuera, si cada acto está predestinado, si
conociesen cada barranco donde habremos de arrojar nuestras acciones ¿qué
sentido tendría entonces caminar esos senderos si no escogemos realmente
nuestro rumbo?
MÉROPE: Precisamente pisar la hierba que es el único trayecto
posible y beber del río que refleja nuestro rostro.
SÍSIFO: Elegí no caminar mi destino, debí haber muerto y heme
aquí tras regresar del Hades infinito.
MÉROPE: Ciegamente cumples una a una las profecías.
SÍSIFO: Elijo quemar las hojas donde están escritas.
MÉROPE: Esas hojas te cortarán los dedos y los ojos.
SÍSIFO: ¿Por qué me has ayudado entonces, por qué mantuviste
mi cadáver insepulto para que así engañase al mismo Hades, por qué pariste a mi
descendencia, si no es porque deseabas conmigo engañar a la muerte, beber de la
fuente de Pirene y desafiar al mortal olvido?
MÉROPE: Querido, los mortales beben sangre para recordar.
Quien no desea soñar permanecerá despierto. No hay olvido en la eternidad, esa
colina no tiene cumbre.
SÍSIFO: No son más que piedra. Inmortal piedra.
EL COLUMPIO
Colgando de un árbol como un racimo de uvas yace el
cuerpo insepulto de Erígone, hija de Icario que fue muerto por los pastores a
quienes dio vino. Etálides que recibió de su padre Hermes el don de no perder
sus recuerdos, la encontró a orillas del Aqueronte. Los suicidas no guardan
monedas debajo de su lengua. Quien esto escribe está convencido de que tanto
Icario como Erígone conocían su destino, el cual afrontaron a placer.
ETÁLIDES: En Atenas las vírgenes persiguen tu rumbo, presa de la
tristeza pretendiste escapar de tu dolor infringiéndote la muerte, pagaste por
el error de tu sangre, seducida por el calor de la ebriedad cual hetaira maquillada
con orín de plomo. Tu padre ha debido doblar con agua el mosto nefasto que le
ocasionó la muerte.
ERÍGONE: ¿Acaso crees que buscábamos permanecer con vida?
¿Crees que se pretende con el desenfreno embriagante otra cosa que
autodestruirse? ¿Atribuyes este paso a un accidente involuntario, no consideras
veneno lo entregado por mi padre a los pastores?
ETÁLIDES: Lo natural es aferrarse a la vida, pues es ésta la
única certidumbre que tenemos los mortales.
ERÍGONE: ¿Y por qué consideras que lo único que se puede
perseguir en vida es la certeza de la vida misma?
ETÁLIDES: Es estulto pensar que se vive para conseguir la
muerte, en la vida están el placer y la sabiduría, ningún ser astuto puede
considerar atribuirse una muerte prematura.
ERÍGONE: ¿Hay mayor deleite que olvidar?
ETÁLIDES: Dionisio, colmado de amor por ti ha castigado al
pueblo de Atenas por causar la muerte de tu padre y así la tuya.
ERÍGONE: ¿No consideras que mi padre ha decidido encarar la
muerte? ¿Hacia dónde crees que nos lleva el vino?
ETÁLIDES: Presas
de la desmesura han caído sin saberlo en la trampa que les impuso el
Destino.
ERÍGONE: ¿Hay
sabiduría en la incertidumbre? ¿Placer en el olvido?
ETÁLIDES: Defiendes
la memoria de tu padre alegando que buscaba ser asesinado. Nadie
se arroja al fuego para arder en las brasas, nadie se
lanza al mar para perecer ahogado. Nadie tienta los dioses para que le impongan
su castigo.
ERÍGONE: ¿Todos
los mortales tienen que ser ignorantes de su propio destino?
ETÁLIDES: No
se puede conocer el destino. Ni siquiera los dioses conocen el destino.
ERÍGONE: ¿No
se puede forjarlo?
ETÁLIDES: Desearías
que tu padre no hubiese muerto a manos de los pastores ebrios,
preferías que hubiese actuado con
mesura.
ERÍGONE: ¿Acaso envejecer es el único propósito que subyace?
¿Acaso la noche es siempre la misma? ¿El alba? ¿El ocaso? ¿La luna? ¿Los
astros?
ETÁLIDES: Mitigas
tu frustración aduciendo razones vanas, no estás segura de lo que
dices, nada justifica tu desafortunado
proceder.
ERÍGONE: ¿Qué buscan los héroes que zarpan al mar más que
morir? ¿Qué mayor
descanso se puede encontrar
que aquel sueño eterno?
ETÁLIDES: Buscan la gloria, los bienes, las sensaciones que
habitan la vida.
ERÍGONE: ¿Sólo prolongando la existencia se aprenden cosas
nuevas? ¿Hay acaso algo más nuevo que la muerte misma? ¿Qué se busca cuando se
renuncia a cualquier certeza? ¿Qué hay encima de la colina? ¿Tiene cumbre?
ETÁLIDES: ¿Por qué querrías morir?
ERÍGONE: ¿Piensas que alguna vez voy a dejar de hacer
preguntas para contestar las tuyas? ¿No es acaso cada hombre dueño de su propia
incertidumbre? ¿Crees que sólo en los recuerdos están las respuestas? ¿No
pensaste que las fieras también razonan? ¿Creíste que no se puede caminar con
gusto hacia el propio fin? ¿Ignoraste que se puede correr sin destino? ¿Existe
otro camino más que perder el rumbo? ¿No son las palabras todas inmortales
porque resucitan? ¿Acaso sólo podemos desear matar al otro?
ETÁLIDES: Para quien todo recuerda esa ambigüedad no existe.